
Fuente: Judith Casaprima Sagués | 324.cat ENG | Traducción: Toni Rius
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Saber qué no debemos hacer para ayudar a una persona que tiene una crisis de angustia es tanto o más importante que saber qué podemos hacer
Te cuesta respirar, te falta el aire, el corazón se te acelera, notas una presión en el pecho, mareo, calor, sudor, hormigueo, temblor, escalofríos, entumecimiento, el espacio de alrededor se te distorsiona, tienes sensación de irrealidad… Te pasa de repente, sin una causa aparente o peligro real.
Las reacciones fisiológicas del cuerpo se disparan y la cabeza busca una razón, una explicación. El cerebro entra en una espiral de pensamientos catastróficos, miedo, pánico y desesperación.
Es una crisis o un ataque de ansiedad, de angustia o pánico. Son sinónimos de un mismo malestar repentino, breve e intenso que en varios grados puede llegar a ser paralizante y lleva a muchas personas a los servicios de urgencias.
Las sufren casi un 7% de la población, según datos estimados del Ministerio de Sanidad, y afecta al doble de mujeres, un 8,8% , que hombres, un 4,5% , sobre todo en edades productivas, de los 35 a los 65 años. Una incidencia que tras la pandemia se está viendo que va en aumento, también –sobre todo– en los adolescentes, e incluso en niños, que según los psicólogos lo sufren de forma distinta.
Aunque cada vez se habla más abiertamente, se sospecha que estas cifras pueden ser más altas. Social y culturalmente, pesa todavía mucho la falsa creencia que asocia las crisis de ansiedad con una debilidad personal. Esto lleva a muchas personas que las sufren a esconder el problema por miedo a ser despreciadas, o porque no quieren reconocer un aspecto de sí mismos que consideran negativo.
¿Qué nos lleva a la crisis de ansiedad?
A menudo se habla de la ansiedad como uno de los males de nuestro tiempo. Estamos expuestos a la prisa, la presión, el estrés, a miles de estímulos externos, familiares, sociales, culturales, laborales… y la gestión de todo ello no es fácil.
Todo el mundo está expuesto a tener una crisis de angustia a lo largo de su vida. Pero tenerlo o no depende tanto de la personalidad de cada uno como de las herramientas que tengamos para gestionar los sentimientos y las emociones.
“Las personalidades ansiosas o más rígidas tienen más números, pero es una ecuación compleja en la que intervienen muchos factores, como la estructura familiar y el contexto cultural y social”, dice Carol Palma , vocal del Colegio Oficial de Psicólogos de Catalunya (COPC) y profesora de Blanquerna.
“A veces es inesperado y en situaciones de absoluta calma, incluso durmiendo. El desencadenante puede ser una simple sensación física, un pensamiento, un olor, un ruido… y la persona no lo conecta con nada”, añade Palma. Otro desencadenante puede ser el consumo de drogas y alcohol, que a menudo se utilizan para apaciguar el malestar cuando ya existe un problema de ansiedad o una predisposición.
Para el psicólogo y divulgador Pablo Palmero, “la crisis de angustia se produce porque tenemos una mala relación con nuestras emociones y nuestro cuerpo. Vivimos en un conflicto constante entre el ideal que tenemos de nosotros mismos y nuestra realidad interna”, dice.
Sin embargo, los especialistas consideran que la crisis de angustia no es un trastorno en sí mismo, sino un síntoma, un “semáforo rojo”, dice Palma, que nos alerta de que algo ha cambiado, y se puede tratar.
¿Qué lo provoca?
Cuando se sufre por primera vez una crisis de ansiedad es tan impactante que hace que se desencadene el miedo a volver a tenerlo.
“El detonante principal son los mismos síntomas, sensaciones y reacciones emocionales. No tiene que ver con la situación que se vive, sino cómo se vive”, dice Pablo Palmero.
“El principal factor que hace que las crisis de ansiedad crezcan hasta generar un estado de malestar extremo es una escalada en espiral debido al miedo al miedo . “
El miedo a perder el control, a volverse loco o a morir son miedos que refieren la mayoría de pacientes. Estas sensaciones tan intensas se asocian a escenarios y contextos, de modo que cuando volvemos a un sitio o se repite una situación similar se vuelve a activar todo el sistema de alarma. Además, “la ansiedad tiene tendencia a anticipar un futuro peligro –aunque nunca haya pasado–“, dice Carol Palma.
Es lo que se llama “ansiedad anticipatoria”, “el miedo a que se produzca otra crisis”, que puede llevar, según Palmero, a desarrollar “conductas y rituales de evitación “, que nos lleva a dejar de hacer ciertas cosas, de ir a ciertos sitios o de exponernos a determinadas situaciones. Y esto puede “acabar derivando en un cuadro de ansiedad agravado y más persistente en el tiempo”.
Carol Palma considera que la evitación no ayuda a superar el problema , ya que “estamos confirmando en nuestro cerebro que el peligro es real”.
¿Qué hago si tengo una crisis?
Una vez que se desencadena la espiral de síntomas físicos y mentales de la crisis de angustia, los psicólogos hacen varias recomendaciones. Teniendo en cuenta que la activación fisiológica lleva a la hiperventilación, una herramienta es controlar la respiración.
– Respirar lento: al contrario de lo que suele decirse, no hay que respirar hondo –que activa aún más la espiral porque la sensación es de no poder coger aire suficiente y eso genera más miedo–, sino de respirar más lento, dice Palma.
Fijarnos en nuestro ritmo de respiración ayuda también a conectarnos con la realidad. Para ello, Palmero recomienda describir la vivencia.
– Constatar lo que sentimos : “Noto el corazón latiendo fuerte”, “Mi respiración está entrecortada”, “Siento hormigueo en la pierna derecha” y distinguir entre las sensaciones físicas y las interpretaciones, recomienda Palmero.
“No se trata de parar el pensamiento sino de redirigirlo hacia el cuerpo y las emociones. Puede parecer contradictorio centrarnos en las manifestaciones que queremos que desaparezcan, pero es crucial para detener la dinámica de espiral. Porque no aceptamos sentirnos mal.“
– Abrir el foco: Mirar alrededor y ver que quienes nos rodean no están asustados, que no tienen sensación de peligro. “Ampliar el foco ayuda a tener más perspectiva cuando sentimos que no tenemos salida y tenemos visión de túnel”, dice Carol Palma. Para Palmero, se trata de “cambiar la actitud, y no hacerlo desde la desesperación”.
– “Esto acaba…” , “Me ha pasado antes…” Los episodios de crisis son breves en el tiempo y, por tanto, es bueno recordarlo, además de reconocer los síntomas, para rebajar la desesperación que comporta esta vivencia, y limitarla en el espacio y el tiempo . Es un episodio desagradable o muy desagradable, pero va a suceder. Suelen durar pocos minutos, cuando se llega a un punto álgido a partir del cual la sensación va descendiendo hasta desaparecer antes de una hora.
¿Qué puedo hacer para ayudar a alguien que tiene una crisis?
Tanto o más importante que saber qué hacer para ayudar a una persona que tiene una crisis de angustia es saber qué no debemos hacer.
- Guiar a la persona a respirar más lentamente: Como hemos visto antes, no debemos llamarle “respira hondo” porque, si no puede, la espiral de angustia crecerá, y cuanto más hiperventilación más síntomas desagradables.
- Establecer contacto visual y físico: Si lo tomamos de las manos y hacemos que fije la vista en nuestros ojos le ayudaremos a conectar con la realidad .
- Evitar las frases como “no pasa nada” porque sí le está pasando; no hablar de control, porque siente que le está perdiendo y no sabe cómo recuperarlo; no negar los síntomas que tiene la persona en plena crisis porque son reales y “se sentirán incomprendidos y cada vez más desesperados”, añade Palmero.
Conceptos que hemos aprendido cultural y socialmente como por ejemplo que “el miedo no existe” hacen que la persona con una crisis de angustia se sienta diferente e incapaz y, por tanto, culpable de su sufrimiento.
Debemos utilizar los consejos justos, como “esto ocurre” , “no estarás siempre así” , frases de empatía, de alivio, que ayuden a reconducir. Si es posible. - No alejarnos, porque la persona puede sentirse rechazada. Sin embargo, si los consejos –aunque se hagan con la mejor intención– son de los que no ayudan, lo mejor, dice el psicólogo Pablo Palmero, es optar por la simple presencia y “poner el corazón” para mostrar respeto.
Pasada la crisis
Los terapeutas advierten que en algunos casos se puede tener una sola crisis de ansiedad, e incluso tener sin identificarlas, pero cuando las crisis se repiten y, en función de la frecuencia y de su intensidad, se pueden cronificar o llevar a otros trastornos.
Es por ello que habrá que valorar en cada caso si es necesario o no un tratamiento terapéutico. “La negación no ayuda a comprender y buscar herramientas de gestión”, dice Carol Palma. Y las crisis de ansiedad pueden llegar a ser muy invalidantes y a afectar al normal desarrollo de la vida.
El abanico de terapias es amplio y un terapeuta puede ayudar a encontrar las herramientas y recursos propios para superar este trastorno y practicar antes de forma guiada, para aplicarlos.
Para apuntar algunas, las terapias cognitivo-conductuales ayudarán a analizar y evaluar los elementos que han desatado el síntoma de la crisis, como la biografía, el sistema de creencias, los esquemas cognitivos, los factores de predisposición, el momento de la vida, los contextos, laborales sociales y familiares.
Con el objetivo de identificar la fuente y dar significados distintos a los estímulos que nos provocan una reacción desmedida. “No hay un abc, cada uno debe indagar en su propia personalidad”.
“La crisis de ansiedad tiene que ver con el miedo, la inseguridad y la desesperación” y de qué relación tenemos o queremos tener, señala Palmero.
En este sentido, explica que “no hay sensaciones buenas y malas, sino agradables y desagradables”. Y habla de llegar a una integración entre lo que somos y nuestras emociones: “Establecer un diálogo entre las contradicciones que nos provocan la angustia”, explica, “si no el conflicto interior se puede agravar”.
La medicación, una herramienta puntual, no una solución
Un apartado aparte es el uso de medicación. Para Pablo Palmero, existe el peligro de que los síntomas queden enmascarados y no permitan llegar a la razón de fondo. Carol Palma considera que su uso debe ser puntual, para que no interfiera en el trabajo terapéutico, porque “aprenden que sin la medicación les volverá a pasar”.
“Debería servir sólo para mermar la intensidad del síntoma y permitir a la persona que haga un trabajo de gestión y de abordaje no sólo del síntoma, sino de su fuente y de todos los elementos mantenedores del problema”. Asegura que hay que tomar conciencia de que “la medicación nos ata de manos para dar un espacio donde podamos hacer un trabajo a fondo”, concluye.